jueves, 29 de enero de 2015

Grecia, Europa y el último cartucho del BCE


La victoria de Syriza en Grecia vuelve a agitar la crisis del euro, nunca resuelta desde que estalló hace casi cinco años, con Grecia como detonante. Pero el problema no es Grecia, sino Europa: su economía sigue estancada, el paro en máximos y la inflación ya es negativa, como anticipo de una tercera recesión. El BCE hace de “bombero(como en 2012, 2013 y 2014), y va a quemar su último cartucho: comprar deuda de los países, para dar liquidez a la economía y evitar la debacle. Pero la medida es tardía e insuficiente. El problema de Europa no es que falte crédito: falta demanda, actividad, ventas, inversión. Para reanimar la economía, no basta con dinero barato: hace falta reanimar el consumo (con sueldos e impuestos) y la inversión, sobre todo pública. Acabar con la austeridad y los recortes. Y renegociar la deuda, una losa para la recuperación. La de Grecia y de media Europa. Es la hora de los eurobonos.
 
enrique ortega

Hace ya cinco años que saltó la crisis de Grecia, al descubrirse (enero 2010) la manipulación de su déficit para entrar en el euro, lo que desencadenó su primer rescate (mayo 2010). Pero fue la errónea política de Merkel y Bruselas, al no “aislar” el problema griego y contagiarlo a la Europa del sur, la que llevó a Europa a la segunda recesión (-0,7% y -0,4% en 2012 y 2013) y desencadenó la grave crisis del euro, que pudo estallar en julio de 2012, tras pedir España el rescate bancario (junio 2012). Si el euro no se rompió entonces fue por Mario Draghi, presidente del BCE, que hizo de “bombero”, prometiendo que haría “todo lo necesario para sostener el euro”. Entonces sólo fue una amenaza, pero en julio de 2013 bajó tipos y aumentó la liquidez, algo que tuvo que repetir en junio y septiembre de 2014, bajando los tipos al 0,05% y ofreciendo 400.000 millones de euros a los bancos para que dieran créditos.

Las medidas del BCE han evitado la catástrofe, pero no el estancamiento de la economía europea, que crece al 0,2% cuando EEUU está creciendo al 4,2%. Y las últimas previsiones del FMI indican que la zona euro es “el farolillo rojo” de la economía mundial y crecerá un 1,2% en 2015 (tras un lánguido 0,8% en 2014). Estancamiento frente a  un paro histórico: Europa tiene 27 millones de parados, 2 millones más que en 2008, y una tasa de paro del 12,1% (zona euro), la más alta desde la postguerra mundial. Pero al final, el dato que ha hecho saltar las alarmas ha sido la inflación negativa: -0,2% cayeron los precios en la zona euro en 2014, mientras 16 países UE tenían inflación negativa (España el tercero que más: -1,1%). Eso aviva el riesgo de caer en la deflación (6 meses de inflación negativa), un grave problema porque retrasa las compras y el consumo, debilitando las ventas, inversiones y empleo, lo que frena más el crecimiento. Además, encarece la devolución de las deudas a países, empresas y familias. Y sobre todo, es un indicador de que la economía europea está muy enferma. Al margen de Grecia, un problema agravado cinco años después.

Al final, lo que no han conseguido dos recesiones y un paro histórico lo ha conseguido el miedo a la deflación : que Alemania permita al BCE que utilice todas sus armas y compre deuda de los países, para crear liquidez en la economía y reanimar el consumo, la inversión y la inflación. La decisión del BCE ha sido comprar 60.000 millones de deuda pública y privada al mes, de momento hasta septiembre de 2016 (en total, 1.140.000 millones de euros). Pero la decisión del BCE, en vigor en marzo, tiene cuatro “trucos”, cuatro concesiones a Alemania, que la quitan fuerza. Una, que se incluye en las compras la deuda privada que ya se estaba comprando desde septiembre, con lo sólo habrá 47.000 millones de compras nuevas al mes. Dos, que se comprará deuda en función del tamaño de cada país, con lo que se inyectará más liquidez en Alemania, Francia e Italia (dos tercios del total) que en los países del sur, más necesitados (un 12,5% de toda la deuda a comprar, unos 142.500 millones, será deuda española). Tres, que se pone un límite a la compra por país, salvo que haya planes de ajuste (para forzar a Grecia, Chipre y los que puedan caer). Y cuatro, que si hay pérdidas por la compra de deuda, el 80% se carga a los países y sólo el 20% se reparte (el euro es un Club, pero si vienen mal dadas, alemanes y nórdicos no quieren pagar los problemas de la Europa del sur).

Al final, la compra masiva de deuda por el BCE pretende inyectar liquidez, dinero al mercado: ofrece a los bancos e inversores comprarles la deuda (pública y privada) que tengan, que se animarán a vender porque está cayendo su rentabilidad. El objetivo es que con este dinero fresco, los bancos presten y los inversores inviertan, con lo que habría más actividad, más consumo y antes o después más inflación. Además, como muchos inversores se van a desprender de deuda europea, bajará el euro, que ya está en mínimos (hasta 1,11 euros por dólar, cuando llegó a estar en 1,40 euros este verano). Y al bajar el euro, los productos europeos son más baratos y se puede exportar mejor. Y se pueden atraer más turistas. Por último, si el BCE compra deuda, rebaja los precios y los países pueden emitir su deuda pagando menos interés. España, por ejemplo, llegó a pagar un 6,64% de interés a los que compraron bonos a 10 años en agosto de 2012 y en enero de 2015, antes de las compras masivas de deuda, ya pagó sólo el 1,63% por esa deuda. Un ahorro de 2.500 millones para 2015.

En teoría, pues, la compra masiva de deuda del BCE puede ser muy positiva, como se ha visto en EEUU y Reino Unido. Pero llega 5 años tarde y con una cuantía escasa: EEUU compró deuda por 3,5 billones de dólares desde 2008 a 2014, más del doble que ahora Europa. Pero sobre todo, el problema de Europa no es de falta de liquidez y tipos altos (como en USA en 2008): en Europa hay liquidez de sobra, como demuestra que los bancos sólo hayan pedido al BCE la mitad de los 400.000 millones que tenía para prestarles a bajo interés. Y no es que los bancos no quieran dar créditos, es que hay pocas empresas y familias solventes que quieran pedirlos. Porque la mayoría ni venden ni ingresan como para endeudarse y bastante tienen con quitarse deudas del pasado: sólo en España, las empresas deben todavía  962.521 millones de euros y las familias otros 757.182 millones. Una pesada losa como para pedir más créditos ahora, por mucho que el BCE inunde Europa de dinero barato. Y más cuando la economía no tira, no hay ventas y los sueldos se estancan.

Por eso, el último cartucho del BCE es, además de tardío, insuficiente. Puede ayudar, pero hace falta que los gobiernos europeos cambien el chip: tienen que olvidarse de la austeridad y los recortes (que Bruselas ha vuelto a pedir, para 2015, a Francia, Italia, España, Bélgica, Austria, Portugal y Malta) y reanimar la economía europea, fomentar que haya demanda (ventas) e inversión. Para ello sólo hay dos caminos. Por un lado, reanimar el consumo, tanto de las familias (mejorando los salarios y bajando impuestos a las rentas medias y bajas, subiéndolo a los más ricos, grandes empresas y multinacionales) como de los Estados, gastando más sobre todo lo que tienen menos déficit público (Alemania tiene superávit). Y por otro, reanimar la inversión, haciendo que la inversión pública “tire” de la privada, con más recursos de los que contempla el Plan Juncker, que sólo pretende aportar 21.000 millones de dinero público en 3 años.

El BCE ha “comprado tiempo, pero la crisis europea sigue ahí y si los Gobiernos no toman medidas efectivas, saltará de nuevo y caeremos en la tercera recesión de esta crisis. Y no hay que olvidar el problema de Grecia, al que hay que buscar una salida. Ya no se puede seguir por el mismo camino de la troika: más ayudas a cambio de más recortes que hunden más la economía griega e imposibilitan el futuro pago de la deuda (315.509 millones en octubre de 2014). Una deuda que Grecia tiene concentrada en cuatro países europeos: Alemania (66.310 millones), Francia (49.800), Italia (43.750) y España (26.000 millones prestados). Hay que dejarles que salgan de la UVI y se recuperen y para eso es imprescindible renegociar la deuda, ampliando los plazos para devolverla (ahora,32 años) y bajando el interés (pagan el 3%), para que puedan pagarla sin asfixiarles. Pero el problema de la deuda no es sólo de Grecia, aunque sea el más grave (deben el 176% del PIB). También tienen un grave problema de deuda pública España (deberá el 101,7% del PIB en 2015), Portugal (128%), Italia (127%), Irlanda (123%), Bélgica (105%) y Chipre (102%).

Para Grecia y para el resto, la única salida, además de renegociar la deuda (más plazo y menos interés), es compartirla entre todos los países, “mutualizándola: que la emita un Tesoro europeo (como en USA), de tal manera que pague lo mismo por la deuda griega que por la finlandesa, porque sólo hay una deuda, la europea. Son los eurobonos. La Europa del norte, con Merkel a la cabeza (“no habrá eurobonos mientras yo esté viva”) no quiere porque les tocaría pagar más, para que Grecia, España y la Europa del sur paguen menos. Pero eso debería ser el euro, un Club donde se comparte lo malo y lo bueno (también Alemania inunda de coches, electrodomésticos y créditos a la Europa del sur).

Una vez más, Europa está en otra encrucijada: o cambia drásticamente de política o la austeridad ya no da más de sí y nos lleva a la tercera recesión. Y al descontento de millones de europeos. Es lo que ha dejado claro Grecia: la mayoría de la población está harta de sacrificios inútiles. Un mensaje que puede repetirse este año en las elecciones de España y Portugal (y en Irlanda en febrero de 2016). Y mientras, engorda la bolsa de euroescépticos y la extrema derecha en Francia, Hungría, Grecia ,Reino Unido, Dinamarca, Finlandia, Austria, Holanda y  Alemania. Europa es “el farolillo rojo” de la economía mundial, a pesar de tantos sacrificios. Y el BCE no puede salvarnos, sólo evitar la catástrofe. Sólo queda explorar otro camino: acabar de una vez con la austeridad, reanimar de verdad las economías y aliviar el peso de la deuda. Cuanto antes.

lunes, 26 de enero de 2015

Respiramos un aire que mata


Las primeras semanas de 2015, la contaminación se agravó en Madrid y Barcelona, saltando todos los límites por el buen tiempo y la falta de lluvias. Pero no se trata de un problema coyuntural: la mayoría de los españoles (como los demás europeos) respiramos un aire muy contaminado, que provoca enfermedades y mata. De hecho, la contaminación provoca 450.000 muertes al año en Europa, de ellas 26.800 en España. Son 20 veces los muertos que causan los accidentes de tráfico. Ahora que se acercan las elecciones, los partidos volverán a hablar de la contaminación, pero nadie afronta con seriedad el problema. Y España está pendiente de varias multas europeas por incumplir los límites comunitarios. Urge tomar medidas para penalizar el diésel, cambiar de coche, fomentar el transporte público y obligar a eléctricas, refinerías y grandes industrias a contaminar menos. Porque en cuanto crezcamos más y no llueva, el aire será más peligroso. No podemos seguir respirando veneno.
 
enrique ortega

En noviembre, la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) volvió a dar la voz de alarma: hasta el 98% de la población europea vive en lugares que rebasan los límites de contaminación del aire que marca la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y si se toman los límites de contaminación de la Unión Europea, menos estrictos, un tercio de los europeos respira un aire contaminado por encima de los límites UE. Una contaminación que provoca enfermedades (respiratorias, cardiovasculares, cáncer) y muertes: sólo en Europa se producen 450.000 muertes al año por la contaminación, según la AEMA. Y de ellas, 26.800 son en España, 20 veces más mortalidad que los accidentes de tráfico (1.131 muertos en 2014). Además, la contaminación deteriora el medio ambiente y las cosechas, provocando daños a dos tercios de la superficie cultivada en España, según la AEMA.

En España, un 95% de la población (44,8 millones de españoles) respira aire contaminado, que supera los límites marcados por la OMS, según el último informe de Ecologistas en Acción. Y si se toman los límites de la UE (más laxos), un tercio de los españoles (36%, 16,8 millones) respiran un aire que infringe las normas europeas. Hay 5 tipos de contaminantes en el aire que respiramos. El más extendido es el ozono troposférico (O3, el ozono “malo”), producido sobre todo en verano por la fotooxidación de NO2 y compuestos orgánicos volátiles (COVs), procedentes de vehículos, calefacciones e industrias. Media España incumple los límites europeos de O3 (Madrid, sur de Castilla y León, mitad sur de España, la Rioja, valle del Ebro y Cataluña), afectando a unos 23 millones de habitantes. El contaminante que más crece es el dióxido de nitrógeno (NO2), un gas tóxico que procede en un 80% de los vehículos (diésel) y que afecta a Madrid, Barcelona y otras 11 grandes ciudades, con 12 millones de habitantes afectados. Es  el que ha subido mucho este mes de enero. Y el único contaminante donde España tiene más porcentaje de población afectada que Europa.

El tercer contaminante, las partículas PM 10 y PM 2,5, procedentes de los vehículos diésel (35-50%), las calefacciones, centrales térmicas e industrias, es el menos extendido pero el más grave, porque las partículas más pequeñas (PM 2,5) penetran fácilmente en el aparato respiratorio y pueden llegar al torrente sanguíneo. La OMS fija un límite anual de 10 microgramos por metro cúbico y tanto Barcelona (14) como Madrid (10) lo han rebasado en ocasiones. El cuarto contaminante, el dióxido de azufre (SO2) lo producen sobre todo las industrias (refinerías y químicas), afectando a la bahía de Algeciras y Tenerife. Y el último contaminante en detectarse, el benzopireno (BaP), producido por el uso de estufas de madera y calefacciones de biomasa, está afectando a 9 de cada 10 habitantes urbanos en Europa, según el estudio de la AEMA. Y en España hay pocas estaciones de detección.

Está científicamente demostrado que estos cinco contaminantes en el aire afectan muy negativamente a la salud. El ozono troposférico agrava las enfermedades respiratorias y la contaminación de los motores diésel causa cáncer de pulmón y de vejiga, según certificó la OMS en julio de 2012. La contaminación también provoca enfermedades cardiovasculares y arritmias, asma infantil, problemas en los fetos (bajo peso al nacer),crisis cardiorrespiratorias a los ancianos y hasta diabetes y obesidad, según numerosos estudios médicos. Y lo último: en octubre de 2013, la Agencia de Investigación del Cáncer (IARC) clasificó la contaminación ambiental como “cancerígena, sin ninguna duda científica”. De ahí que se estimen 26.800 muertes al año por la contaminación en España, de ellas 2.000 en el gran Madrid y 3.500 en las 40 ciudades del área metropolitana de  Barcelona.

Un  coste muy alto en vidas humanas, al que hay que sumar el deterioro del medio ambiente y los cultivos. De ahí que la contaminación cueste a España entre 20.000 y 42.000 millones al año, según un cálculo de la AEMA, que estima entre 59.000 y 189.000 millones el coste para toda Europa, entre muertes prematuras, costes de hospitalización, enfermos, pérdidas de horas de trabajo y daños en cosechas y medio ambiente. Además, la contaminación puede acarrear más costes a España, porque estamos pendientes de tres multas de Bruselas (Tribunal Europeo de Justicia), una al Estado y dos a los Ayuntamientos de Madrid y Barcelona, por expedientes abiertos al incumplir desde 2010 la normativa europea sobre contaminación ambiental. Y Bruselas ha rechazado el Plan del Gobierno Rajoy que pretendía eximir de cumplir la normativa europea hasta 2020 a 34 instalaciones industriales, la mayoría centrales de carbón (la Robla, As Pontes, Anclares o Velilla). Ahora, tendrán que adaptarse o cerrar.

Luchar contra la contaminación del aire no es fácil y en Europa hay dos modelos. Uno, el de París, Milán o Bolonia, que opta por actuar cuando hay un episodio de contaminación: dejar circular sólo matrículas pares un día e impares otro, limitar la velocidad, fomentar las bicis… Y el otro, el de Berlín, Londres, Estocolmo o Copenhague, con medidas más estructurales: más impuestos al coche, peajes por entrar en las ciudades, prohibición acceso al centro vehículos “sucios”, rebaja precio transportes públicos… En España, Madrid optó en julio por subir el precio del aparcamiento a los coches más contaminantes y quiere aplicar medidas como las de París en febrero. Y la Generalitat aplicó en Barcelona este 9 de enero un protocolo que incluyó reducir la velocidad en vías rápidas (de 100 a 90), informar al ciudadano e “instar” a las eléctricas y cementeras a reducir emisiones. Pero no aplicó dos medidas del protocolo que serían más efectivas: subir un 25% peajes autopistas y aparcamientos municipales y reducir a la mitad el precio de los transportes públicos.

La normativa contra la contaminación está en manos de autonomías y Ayuntamientos, pero es clave que Europa fije unos límites estrictos, para forzar a cumplirlos. Y, por desgracia, la nueva Comisión Europea ha descartado aprobar una normativa más estricta contra la contaminación, como le pide la OMS, el conocido paquete Aire limpio para fijar techos de emisión más estrictos a partir de 2020. Baste decir que el límite legal europeo para la contaminación por partículas, que ha entrado en vigor en 2015, es el doble del que existe en EEUU y 2,5 veces el recomendado por la OMS. Y todo ello porque Bruselas se ha plegado a las presiones de las grandes industrias, eléctricas y multinacionales del automóvil, que no quieren límites más estrictos de contaminación, argumentando la crisis y el empleo. De hecho, la nueva normativa de emisión de coches deja a los fabricantes hasta 2021 para adaptarse. Y podrán compensar fabricar más contaminantes con fabricar híbridos y eléctricos.

España tiene un problema de contaminación más grave que el resto de Europa por tres razones. Primera, porque tenemos más coches: somos el cuarto país del mundo con más coches por habitante (480 por 1.000), tras Italia (602), Alemania (510) y Francia (495), por delante de EEUU (439) y Japón (450). Segunda, porque nuestros coches son más viejos y contaminan más: la edad media del parque son 11,3 años (8 años en la UE) y la mitad de los vehículos tienen más de 10 años. Tercera, somos “un país diésel: un 60% de vehículos circula con gasóleo, frente al 37% en Europa. Y dos de cada tres coches vendidos en 2014 fueron diésel. Un carburante que emite seis veces más de NO2 y partículas PM10 que la gasolina. Además, tenemos un gran parque de centrales térmicas de carbón (3 están entre las 100 empresas más contaminantes de Europa: Andorra, Almería y Compostilla, las tres de Endesa), químicas y refinerías (la de Repsol en Tarragona está en ese ranking).

El Gobierno Rajoy aprobó en abril de 2013 el Plan Aire 2013-2016, que pretende crear un marco común para todas las ciudades (cada Ayuntamiento va a su aire) y promover tres medidas concretas: limitar la velocidad, poner colores a los coches (según contaminen) para posibles limitaciones de acceso a las ciudades y subir el impuesto de circulación a los más contaminantes. Pero el Plan apenas se ha aplicado, salvo las ayudas a la renovación de vehículos comerciales (Plan PIMA aire) e industriales (Plan PIMA Transporte), junto al mantenimiento del Plan PIVE, que ha renovado 755.000 vehículos entre 2012 y 2014.

Habría que hacer mucho más para reducir la contaminación. A corto plazo, subir los impuestos al gasóleo como piden Bruselas y el FMI (equipararlo con la gasolina supondría subirlo 7 céntimos por litro), aumentar impuestos a los coches más contaminantes, limitar la velocidad en las ciudades, fomentar el transporte público con mejoras del servicio y bajadas de precios, subir los aparcamientos y fomentar el uso híbridos y eléctricos en las flotas de autobuses, empresas y vehículos comerciales. Y a medio plazo, pactar con las petroleras la fabricación de carburantes menos contaminantes (como ha hecho Obama en USA) y con los fabricantes la producción más barata de coches híbridos y eléctricos. Junto a un Plan de incentivos  y créditos para recortar las emisiones de calefacciones colectivas y grandes empresas (sobre todo eléctricas, químicas, refinerías, acerías y cementeras).

Todo eso cuesta tiempo y dinero, pero más caro es no hacer nada, en muertes y en costes múltiples. Y más cuando llegue la recuperación, ya que tenemos el aire muy contaminado cuando el consumo de carburantes y electricidad ha caído con la crisis. ¿Qué pasará cuando la economía despegue? Hay que afrontarlo antes, con realismo y sin demagogias electorales. Tenemos que cambiar todos, automovilistas, propietarios de viviendas, transportistas y empresas (sobre todo). No podemos seguir envenenando el aire. Es un suicidio colectivo.

jueves, 22 de enero de 2015

Poco empleo y más parados (55% no cobran)


2014 ha sido el primer año que se ha creado empleo en España desde 2007. Una buenísima noticia, con tres “peros”: los nuevos empleos son todavía pocos (se ha frenado la creación de empleo al final del año y hemos recuperado menos empleos perdidos que otros países), son precarios (casi todos temporales y un tercio por horas) y muy vulnerables (la mitad sólo van a durar 5 años). En realidad, se está repartiendo el poco empleo que se crea, con varios contratos por cada puesto de trabajo. Y además, este escaso empleo no cubre el aumento de personas que buscan trabajo, con lo que el paro subió en el cuarto trimestre de 2014. Y hay 2 millones de parados que no tienen ofertas, por su edad (mayores de 45 años), su inexperiencia (jóvenes) o su baja formación. Y casi dos tercios de los parados llevan ya más de un año sin trabajar y más de la mitad sin cobrar nada. Urge crecer más para crear más empleo y mejorar la formación y los incentivos para que el empleo llegue a más parados.
 
enrique ortega

El año 2014 terminó para el empleo peor de lo que iba en primavera y verano: si en el primer trimestre se continuó destruyendo empleo (- 184.600 ocupados), en el segundo cambió radicalmente la tendencia (se crearon +402.400 empleos), que continuó en el tercer trimestre (+151.000 empleos), pero el empleo se desinfló en el cuarto trimestre, porque sólo se han creado otros +65.100 empleos, a pesar del tirón de las Navidades. En conjunto, 2014 se ha cerrado con una creación neta de 433.900 empleos, tras seis años seguidos de destrucción de empleo (2008-2013).

Una creación de empleo que es una gran noticia, pero su ritmo se ha reducido y todavía es poco, tanto por el gran número de parados (5,45 millones) como porque sólo se ha recuperado la séptima parte del empleo perdido con la crisis: un 16,2% de los 3.802.800 empleos perdidos desde septiembre de 2007. Somos el país europeo, junto a Grecia, que menos empleo perdido ha recuperado: Alemania ha creado ya el doble de lo perdido (1.961.900 frente a 855.300) y Reino Unido el triple (2.144.900 frente a 751.800), mientras Francia ha recuperado ya el 73,7% (447.500 creados frente a 606.800 perdidos), Irlanda el 31,5% (101.900 frente a 321.000), Italia el 27% (379.600 frente a 1.408.700 destruidos), Portugal el 19,3% (140.500 frente a 724.400) y Grecia el 9,2% (107.000 frente a 1.159.700).

Los nuevos empleos siguen concentrados en los servicios (+344.200 ocupados en 2014), debido al tirón del turismo y el comercio (rebajas) y entre los autónomos (+ 65.000 en 2014), porque muchos parados (sobre todo jóvenes) han cobrado el paro de una vez para montar un negocio. También se ha creado empleo en sanidad y educación, porque la Administración ha utilizado contratos temporales a interinos para cubrir las plazas de los despedidos (-163.206 funcionarios entre 2012 y julio 2014). Y se crea poco empleo en la industria (+98.000 en 2014) y la construcción (+40.000), mientras cae en el campo (-48.400). En todo 2014, de cada 100 nuevos empleos, 58 han ido a los hombres y 42 a las mujeres.

Otra pega al nuevo empleo creado en 2014: es muy precario. El 92% de los contratos firmados fueron temporales y sólo un 8% indefinidos, con lo que un 24,2 % de los asalariados  trabajan ya con un contrato temporal. Y el 35,3% fueron contratos a tiempo parcial, por meses, días e incluso por horas: un 40% de los nuevos empleos duran menos de un mes, un 16,5% entre 1 y 6 meses y sólo el 43,5% restante son por más de 6 meses. Con ello, un 16 % de todos los empleados tiene ya un contrato a tiempo parcial. Y no porque quieran trabajar menos: el 70% es porque no encuentra un empleo a tiempo completo y su jornada media es de 10 horas semanales. En conjunto, lo que está pasando es que hay mucha rotación, que los pocos empleos que hay se reparten mucho: en 2014 se firmaron 16,72 millones de contratos, para  415.700 nuevos empleos. Da 40 contratos por cada empleo.

Al ser contratos tan precarios (y mal pagados), son bastante vulnerables, en caso de que las empresas tengan algún apuro. De hecho, de cada 100 empleos generados durante la crisis, sólo 55 se han mantenido 5 años más tarde, según un informe del BBVA e Ivie. O sea, que casi la mitad (45%) de este empleo precario tiene poco futuro, frente a otros países, donde el nuevo empleo dura más (en Alemania, el 75% sobrevive a los 5 años y en Italia el 68%). Y en los autónomos, el 61% de los nuevos negocios no sobrevive a los cinco años.

Poco empleo, precario y muy vulnerable. Pero quizás lo peor es que no llega a la mitad de los parados, que no se aprovechan del cambio de tendencia. Por dos razones. Primera, porque casi dos de cada tres parados (61,5%) lleva más de un año sin  trabajar, 3.352.900 parados a finales de 2014 (de ellos, 2,38 millones llevan más de 2 años parados). Son parados de larga duración, siete veces más que al comienzo de la crisis (eran 500.000 en 2007). Y sus posibilidades de encontrar trabajo se rebajan al 6,7% (frente al 26,5% del resto), según un estudio de Asempleo. La mayoría son padres de familia de 30 a 44 años (40% del total), mayores de 45 años (35%), jóvenes e inmigrantes. Y su situación se agrava porque la mayoría de estos “parados con antigüedad” tienen poca formación: 2,3 millones no acabaron la educación secundaria, según el INE.

La otra razón es que hay pocas ofertas de empleo (una vacante por cada 102 parados, la tercera parte que en Europa)  y por eso, las empresas pueden elegir entre muchos candidatos, dejando fuera a más de la mitad de los parados. Así, los parados mayores de 55 años sólo reciben el 0,5% de las ofertas, los parados de 45 a 55 años el 6,1% y los jóvenes de 16 a 24 años el 7,71%, frente al 53,1% que reciben los de 25 a 34 años y el 32,52% de ofertas para los de 35-44 años, según el informe Infoempleo Adecco. O sea, que los parados de más de 45 años y los menores de 24 (suman el 45% de los parados) tienen muy pocas posibilidades de conseguir uno de los nuevos empleos. Y menos los que carecen de formación y experiencia.

Por ambas razones, la mitad de los parados tiene muy difícil aprovechar la mejora del empleo y más en Andalucía, Canarias, Castilla la Mancha y Comunidad Valenciana, las regiones con menos ofertas de empleo, según ese informe. Y menos los que buscan trabajo en construcción, agricultura o servicios, los sectores con menos ofertas. Al final, eso lleva a expertos, como el catedrático José Ramón Cuadrado o los economistas de Fedea, a afirmar que hay 2 millones de parados que tienen muy difícil volver a trabajar. Son los mayores de 45 años, muchas mujeres y jóvenes sin formación ni experiencia. Un drama.

El paro ha bajado en 2014 en 477.900 personas, aunque subió en el cuatro trimestre (+30.100), porque crecieron más las personas que buscaban trabajo que el empleo: es lo que va a pasar en el futuro. Todavía hay 5.457.700 parados, un 23,70 % de los españoles en edad de trabajar y más del doble que en Europa (10% de paro en 2014). Y hay tres datos preocupantes. Uno, que seis autonomías rondan o superan el 30% de paro: Andalucía (34,23%), Canarias (31,08%), Ceuta (32,46%), Melilla (29,52%), Extremadura (29,96%) y Castilla la Mancha (28,50%). Dos, que todavía hay 1.766.300 hogares donde todos sus miembros están en paro. Y la tercera, que más de la mitad de los parados no cobran nada: 2.995.371 parados, un 55% de los parados EPA. Y del 45% de parados que sí cobran (2.462.329 parados a finales de noviembre), sólo un 40% cobran una prestación contributiva (809,50 euros al mes, 52,70 euros menos que en 2012) y el 60% restante cobran un subsidio asistencial de 426 euros al mes. Subsidio que también cobrarán este año (sólo durante 6 meses) 354.860 parados de larga duración, sólo uno de cada 8 parados que no cobran nada.

Así que negro futuro para la mitad de los parados, que además no cobran. Por eso urge crear más empleo y mientras mejorar las ayudas a los parados, pero de verdad. Este año 2015, el Gobierno esperaba crear 348.000 nuevos empleos, según el Presupuesto 2015, aunque Rajoy habla ahora de crear entre 550.000 y 600.000 empleos en 2015. Una cifra “electoralista” (para redondear el millón de empleos con 2014), que contrasta con los 350.000 empleos que espera crear la patronal CEOE y mucho más con los 130.000 empleos que espera el FMI. En cualquier caso, son pocos para 5,  millones de parados y los jóvenes que se incorporan cada año a buscar trabajo. Por eso, los economistas de FEDEA dicen que, a este ritmo, harían falta 15 años para recuperar el empleo perdido. Y la OIT vaticina que para 2019, España todavía tendrá un 21,5% de paro, 4,8 millones de parados. Demasiados.

Urge pues, crecer más y crear más empleo. Para crecer más, hace falta reanimar el consumo (mejorando salarios y bajando impuestos a las rentas medias y bajas), reducir el endeudamiento privado (renegociando deuda e hipotecas), fomentar el crédito y la inversión privada y pública (aún a costa de reducir menos el déficit), fomentando la reindustrialización, la fusión de empresas (las grandes crean más empleo), la innovación, tecnología y educación. Y en paralelo, hay que mejorar el acceso de todos los parados a los nuevos empleos, con políticas de empleo más agresivas y con más recursos (España, el país con más paro de Europa junto a Grecia, sólo gasta 4.746 millones al año en políticas activas de empleo), más una reforma de verdad de los servicios de empleo (SEPE), que se centre en colocar a los que no contrata nadie: mayores de 45 años, mujeres y jóvenes sin experiencia.

Tienen que dejar de hacer triunfalismo y demagogia con el empleo. Se está creando empleo, sí, pero poco, precario y sin mucho futuro. Y la mitad de los parados ni lo “huelen”: ni encuentran trabajo ni lo van a encontrar, mientras no se les forme y se les ayude, incentivando su contratación. Y al ritmo que vamos, muchos se van a jubilar sin trabajar y otros, los jóvenes, van a tener que esperar aún mucho para colocarse. Por eso, urge crear mucho más empleo para mucha más gente. Debería ser el gran objetivo de 2015. No ganar las elecciones.