lunes, 6 de julio de 2015

El problema es la austeridad, no Grecia


Esta semana es clave para la resolución de la crisis griega, tras un pulso de seis meses entre la troika (Comisión, BCE y FMI), que defiende más recortes a cambio de nuevas ayudas, y el Gobierno griego, que pide suavizar el ajuste y renegociar la deuda, una losa impagable. Los fundamentalistas de Bruselas no han querido ceder y pretendían que Grecia eligiera entre lo malo (más recortes) y lo peor (salir del euro). Merkel, Bruselas y el FMI han apostado fuerte para defender sus viejas recetas de austeridad, que han llevado a Grecia al desastre, perdiendo un 25% de su riqueza, con un 27 % de paro y un 34% de pobres. Y el dinero de los dos planes de rescate ha ido a pagar intereses a los bancos, sobre todo alemanes. Todo para que tengan la misma deuda que en 2010, tras hacer el doble de recortes que España. Pero en Europa son incapaces de verlo, de buscar otro camino, suavizando el ajuste y lanzando un Plan Marshall de ayuda a Grecia. El Gobierno griego ha cometido muchos errores, pero tiene razón en lo fundamental : con más austeridad no salen del abismo. Y ha buscado que la mayoría de los griegos se lo digan a Bruselas. A ver si ahora escuchan.
 

enrique ortega


Empecemos con un poco de historia. Que Grecia tiene una economía débil e ineficiente era algo que sabían todos los países europeos que aceptaron su entrada en el euro en 2002. Pero no fue un problema y tampoco para que Alemania multiplicara sus ventas a Grecia y para que sus bancos (y los franceses) “regaran” de créditos al Estado heleno, empresas y particulares, para alimentar una “burbuja” de crecimiento, sobre la base de la vivienda, las infraestructuras y el tirón del sector público. Pero en 2008 llega la crisis y empiezan los problemas: su economía no tiene pulmón para aguantar y no puede pagar los mayores gastos y los intereses. Y encima, en enero de 2010, se descubre que han manipulado sus datos de déficit y que están en bancarrota, lo que les cierra el crédito internacional. La Unión Europea, en lugar de reconocer que ha alimentado “la burbuja griega”, critica su “despilfarro” y les aplica un ajuste de caballo, la vieja receta de la austeridad, que impone también a Portugal, Irlanda y España.

El primer Plan de rescate a Grecia (mayo 2010) es de 110.000 millones de euros, que enseguida se ven insuficientes, porque Grecia ha entrado en recesión (más tras los recortes), apenas recauda y sólo vive para pagar intereses. En marzo de 2012 se firma un segundo Plan de rescate, por otros 130.000 millones, con más ajustes adicionales y una importante novedad: la troika (la Comisión Europea, el BCE y el FMI) se queda con la mayoría de la deuda de Grecia con los bancos privados, a cambio de una quita (perdón) de una parte importante se esta deuda (107.000 millones). Europa  “nacionaliza” la mayor parte de la deuda helena, rescatando así a los bancos europeos (sobre todo alemanes y franceses) de sus problemas en Grecia y trasladando el problema a los países, a los ciudadanos europeos.

De hecho, la mayor parte de los fondos de los dos rescates (240.000 millones) no han ido a la economía griega ni a los griegos, sino a pagar los intereses de la deuda (el 75% a los bancos alemanes). Es falso entonces que los Planes de ajuste querían sacar a Grecia de la crisis: querían asegurar que Grecia pagara sus intereses. Y en paralelo, se les ha ido imponiendo duros programas de ajuste, con un objetivo adicional: que lo poco que creciera o recaudara Grecia fuera a pagar los intereses de la deuda, primero a los bancos y luego a la troika. No a reforzar el crecimiento y la competitividad de la economía griega.

La receta de los sucesivos planes de ajuste se ha traducido en recortes de gasto y menos crecimiento, en una profunda recesión que ha hundido la economía. El balance es espeluznante: el país ha perdido un 25% de su riqueza (PIB) entre 2010 y 2015, tras perderse 900.000 empleos (han sido despedidos 1 de cada 4 empleados públicos), haber caído un 20,5% los salarios y entre un 15% y un 44% las pensiones (el 45% por debajo de los 665 euros al mes) y con un paro que ha subido del 11,6 al 27 % (y el 60% entre los jóvenes). Tanto sacrificio (el 34% de los griegos están en riesgo de pobreza) para que al final, en 2015, deban incluso más que antes de iniciarse los ajustes: la deuda griega (342.200 millones supone ahora el 180% el PIB cuando en 2010 era el 146% (330.000 millones).

Este hundimiento de Grecia es el resultado del círculo vicioso de la austeridad: los recortes reducen el consumo y la inversión, se crece menos, se recauda menos, se gasta más y lo que se ingresa va a pagar intereses pero como es insuficiente hace falta endeudarse más a cambio de más recortes que hunden más la economía y así siguiendo. Un balance que los griegos sufrían en sus carnes en enero de 2015, cuando votaron mayoritariamente a Syriza, porque era un camino desconocido frente a dos males conocidos, los conservadores (que habían negociado el primer rescate) y los socialistas (que habían negociado el segundo), ambos nefastos para Grecia.

A los fundamentalistas de Bruselas (reforzada la Comisión de conservadores tras las últimas elecciones europeas), al FMI y al BCE “les dieron todos los males” cuando vieron a Alexis Tsipras en el poder en Atenas, poniendo en cuestión la sacrosanta receta de la austeridad y exigiendo acabar con los ajustes y renegociar la deuda. Y en lugar de optar por flexibilizar los recortes, apostaron por nuevos ajustes, por la vieja ortodoxia: más recortes en pensiones, subida del IVA, más recortes en el sector público y nada de renegociar la deuda. Su miedo era que si daban alguna “ventaja” a Tsipras, pudiera haber un “efecto contagio” en otros países con problemas, como Portugal, España (con Podemos en auge) o Irlanda. Y sobre todo, no querían reconocer el fondo del problema: que su receta de austeridad a ultranza había sido un error que había agravado los problemas de Grecia, a costa del dolor de los griegos.

Así que se enrocaron con nuevos ajustes, con el objetivo de que Grecia alcanzara un superávit de sus cuentas públicas (sin pago de intereses) del 3,5% en 2018, algo imposible de conseguir salvo que se recorte de todo y suban los impuestos, lo que hundiría aún más una economía que en 2014 había empezado a crecer (+0,8%), tras años de recesión. Y un objetivo imposible porque Grecia ya ha hecho recortes de caballo, aunque se les acuse de “despilfarro”. No es verdad, como demuestran los datos: Grecia ha recortado su gasto público del 54 al 49% del PIB entre 2007 y 2015, según Eurostat, más del doble que España (del 45,4 al 43,6% del PIB). Y aunque su sistema fiscal es mejorable, Grecia recauda también porcentualmente más que España: un 45,8% de su PIB frente al 37,8% aquí. Luego ya ha hecho un gran esfuerzo en ajustar sus cuentas públicas y pedirle mucho más es hundir la economía griega a niveles de no retorno, con más coste para la población. No se puede intentar sacar “sangre de las piedras”, como ha dicho el economista jefe del Citibank.

La pregunta, además, es ¿para qué hacen falta más ajustes? Otra vez, no para sanear la economía y restaurar el crecimiento, sino para asegurar el pago a los acreedores. Pero ahora no se trata de pagar a los bancos, sino a los países y las instituciones: el 75% de la deuda griega (342.000 millones) lo tiene la troika, la eurozona (60%), el BCE (6%) y el FMI (10%), estando sólo el 25% restante en manos de bancos, bonistas y otros prestamistas. Quiere esto decir que los deudores de Grecia no son bancos privados que pueden quebrar si no cobran a tiempo sino los principales países europeos (Alemania 27%, Francia, 20,32%, Italia 17,82% y España (11,70%), el BCE y el FMI, que pueden aguantar perfectamente si retrasan el cobro de esta deuda (40 años como piden los griegos) o rebajan su interés (ahora en el 2,5%). Y que podrían hacer una quita (perdón) de una parte, sin demasiados problemas, como han hecho ya los bancos privados (y como hicieron Francia y Reino Unido con Alemania tras la II Guerra Mundial). Un “sacrificio a corto” de los países europeos más ricos, a cambio de reducir la losa de la deuda de Grecia y permitir que levanten cabeza. En el caso de España, de los 29.000 millones “comprometidos” con Grecia, dos tercios son avales no dispuestos (y si no los usan, no nos cuestan).

Pero esto es una herejía para los fundamentalistas de Bruselas, el FMI y el BCE. Y además tienen enfrente a unos heterodoxos que no pueden ganar, el Gobierno de Syriza, que ha cometido muchos errores estos meses, con bastante prepotencia, fallos en la estrategia, demasiados cambios  y mucho populismo. Así que al final, la batalla no es económica sino política, de defensa de la austeridad a ultranza frente a un poco de flexibilidad. Y rotas las formas, se trata de un pulso a muerte, donde se pretende que Grecia elija entre lo malo (más austeridad) y lo peor (salir del euro), intentando en el camino cobrarse la cabeza de Tsipras y forzar un cambio en el Gobierno, a cambio de más flexibilidad en Bruselas. Vale, podemos ceder, exigir menos ajustes, incluso hacer algunas inversiones en Grecia, pero tenéis que pasar por el aro. Y eso pasa por votar sí en el referéndum y quitaros de en medio a Tsipras y a Syriza. La austeridad no se negocia ni se vota: es “un trágala” a cambio de más ayudas.

En definitiva, Bruselas, Alemania y el FMI le han echado un pulso a Syriza a costa del sufrimiento de los griegos, a quien proponen un “ultimátum: o aceptan  más austeridad  o será el caos de quedarse fuera del euro. Y los griegos, mayoritariamente, lo han tenido claro: no quieren más recortes, que les llevan a un ajuste interminable y a la recesión. Tampoco quieren salir del euro, porque saben que solos van a sufrir más. Pero si Europa no cede, sólo les quedará el camino de volver al dracma y buscarse la vida por su cuenta, con una fuerte devaluación y muchos años de sufrimiento. Pero al final, podrían salir adelante, como ha hecho Islandia, que no aceptó la austeridad del FMI. Es difícil, pero se puede intentar. Lo que está claro es que más austeridad, más de lo mismo, sólo por ideología, no es una salida para Grecia: sólo enquista la crisis.

Hay otro camino, que debería ser el que se eligiera: Europa abre la mano, renegocia la deuda griega y en paralelo pone en marcha “un Plan Marshall” para Grecia, un paquete de inversiones públicas y privadas para reanimar la economía helena y conseguir que en una década se recupere y pueda hacer frente a sus deudas. Y ayuda a Grecia a sanear su economía, a recomponer y hacer más competitivas sus empresas, a reformar el sector público y el Presupuesto, pero sin imposiciones desde fuera. Impulsar una economía más competitiva y más moderna, con más industria, más formación y más tecnología, lo mismo que necesita España, por mucho que se insista que “esto no es Grecia”. Y con ello, Europa sería más fuerte, al serlo también Grecia. Lo contrario, empecinarse en la austeridad, es ir a un fracaso seguro. Perseverar en los errores a costa del sufrimiento de los griegos. ¡Escúchenles¡

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