lunes, 27 de enero de 2014

Fracking: España apoya, Europa no se moja


Es la gran revolución energética del siglo XXI: perforar y romper las rocas para extraer gas (y petróleo). Es el fracking. Una técnica que ha permitido a EEUU, en sólo 15 años, autoabastecerse de gas y ser el primer productor mundial de petróleo. Pero es una técnica muy polémica y contestada  a la que se achaca contaminar acuíferos, emitir gases y provocar microseísmos, por lo que ha sido prohibida en zonas de EEUU y en Francia. Europa está dividida sobre el fracking y la semana pasada decidió que no haya una Directiva común y cada país legisle a su aire. El Gobierno Rajoy se adelantó y aprobó en octubre y noviembre dos Leyes para promover el fracking, a pesar de las protestas en pueblos y autonomías. España no puede perder el tren del fracking, pero debe ir poco a poco y con todas las garantías. Y buscar antes las energías de arriba (eólica, solar, biomasa) que las del subsuelo. 
enrique ortega

La mayoría del gas natural se extrae por métodos convencionales: perforando una bolsa que está a pocos cientos de metros, en una roca porosa, y el gas sale por la diferencia de presión. A finales de los años 90, se inició en EEUU la búsqueda de gas no convencional (gas pizarra), que se encuentra en capas de pizarra a más profundidad (de 2.000 a 5.000 metros), para lo que hay que romper esta roca poco permeable. La técnica de fractura hidráulica (fracking) consiste (ver gráfico animado) en hacer una perforación vertical hasta llegar a la pizarra (unos 5.000 metros) y luego otra perforación horizontal (de 1.500 a 3.000 metros), provocando pequeñas explosiones para fracturar las rocas. Después se inyecta agua a presión, con arena y aditivos químicos, que ayudan a liberar el gas y subirlo a la superficie.

EEUU lleva quince años extrayendo gas no convencional (y petróleo) con el fracking, y ha abierto más de un millón de pozos (ahora unos 35.000 al año). El boom del fracking se gestó a principios de este siglo, en 2005, con el apoyo de Bush hijo y su vicepresidente Cheney (su empresa Halliburton, que explotó el petróleo de Irak tras la guerra, es líder en tecnología de fracking), aunque también recibe apoyos (y un mayor control) con Obama. El éxito del fracking ha permitido que el gas pizarra suponga ya un 25% del consumo de gas y que EEUU sea ahora autosuficiente en gas y el primer productor mundial de crudo en 2013, según la OPEP, por delante de Rusia y Arabia Saudí. Una revolución energética, clave para asentar la recuperación norteamericana: EEUU paga un tercio por el gas y la mitad por la electricidad que Europa o Japón.

Pero el fracking tiene su lado oscuro: los riesgos para el hombre y el medio ambiente. El principal, que utiliza hasta 600 productos químicos (muchos tóxicos y hasta cancerígenos) que pueden dispersarse por los acuíferos subterráneos o incluso en la superficie (almacenamiento, transporte), contaminando al hombre y al medio natural. Además, a veces se escapa metano, un gas con un potencial de efecto invernadero 21 veces mayor al CO2. Y puede provocar microseísmos. En cuarto lugar, genera muchos residuos y desechos líquidos, que hay que almacenar y gestionar. Y quinto, utiliza mucha agua (de 54.000 a 174.000 m3 en un campo de 6 pozos) y mucho espacio (entre 16 y 20 hectáreas por campo) y genera mucho ruido y movimiento de camiones (entre 8 y 12 meses de perforación día y noche). Por todo ello, en EEUU se han multiplicado las protestas contra el fracking, visualizadas en el documental Gasland. Y por ello, se ha prohibido en Nueva York, Buffalo y Pittsburg, a la espera de un informe definitivo de la Agencia de Protección Ambiental (EPA).

En Europa, las autoridades comunitarias están impactadas por los logros energéticos de EEUU con el fracking, pero se encuentran divididas a la hora de apoyarlo y legislar, por los riesgos de su impacto ambiental. Por un lado, Francia prohibió el fracking con Sarkozy (por Ley, en 2011) y otros países aplican moratorias, como Bulgaria, República Checa, Dinamarca o Irlanda. Y por otro, hay dos países firmes partidarios del fracking: Polonia y Reino Unido, donde el premier Cameron quiere abrir 20.000 pozos para 2020, en medio de las protestas locales. Ante este panorama, la Comisión y el Parlamento europeo están divididos sobre el fracking. Y la semana pasada, han tomado una decisión salomónica: que no haya una Directiva, sino aprobarunas recomendaciones y que cada país legisle a su aire.

España se ha adelantado a estas recomendaciones, aprobado el Gobierno Rajoy, en 2013, dos Leyes (en solitario, sin apoyo de otros grupos) para impulsar el fracking. “No podemos perder este tren”, ha dicho el ministro Soria. Primero, la noche del 9 de octubre de 2013, el PP introduce por sorpresa en el Senado una enmienda para incluir el fracking en la Ley de Hidrocarburos (de 1998), a través de algo tan estrambótico como dos disposiciones adicionales a la Ley de garantía del suministro eléctrico a Baleares y Canarias…Y el 28 de noviembre, el Congreso aprobó, por trámite de urgencia (no habitual), la Ley de Evaluación Ambiental, que complementa la legislación sobre fracking. Por un lado, centraliza en el Estado la competencia, quitándosela a las autonomías (el Parlamento de Cantabria prohibió el fracking en abril 2013). Además, acelera los proyectos, al reducir a 4 meses el plazo para resolver los expedientes de impacto ambiental (ahora 3 años). Y concede la cláusula de confidencialidad a los proyectos, dificultando las alegaciones (hay ya 102 municipios contra el fracking en España).

Con esta normativa, todo apunta a un boom del fracking en España. El Gobierno ya ha concedido 75  permisos de investigación (en Soria, Burgos, Álava, Cantabria, la Rioja, Huesca, Castellón, Guadalajara, Jaén, Sevilla y Cádiz) y hay otras 75 en espera (en Asturias, Navarra, Burgos, Palencia, Euskadi, Zaragoza, Lleida, Gerona y Albacete), de la mano de una decena de empresas, la mayoría multinacionales norteamericanas (BNK, Heyco, Trofagas, Schuepbach, Heritage Petroleum, True Oil, Cambia), canadienses (R2Energy) o británicas (Leni Oil Gas), además de la vasca SESHA, creada por el ex lehendakari Patxi López, con mayoría de capital público, para explotar el yacimiento alavés de Gran Enara. Ahora, los proyectos están en fase de investigación y no se hará ninguna prospección antes de dos años (según el ministro), con lo que se tardará en extraer gas masivamente hasta una década.

Los defensores del fracking argumentan que permitiría a España cubrir el consumo de gas durante 70 años (y el 20% del consumo de crudo durante 20 años), aunque un informe del Consejo de Ingenieros de Minas habla de reservas de gas para 39 años. Los detractores dicen que las estimaciones están infladas (como pasó en Polonia), para atraer inversiones al fracking: entre 700 y 1.000 millones de euros están ya comprometidos en España. Y temen que este nuevo negocio quite recursos a las energías renovables.

España es el país europeo más dependiente del petróleo y el gas extranjero (99% se importa) y pagamos cada año una factura energética de 45.000 millones de euros, lo que ingresamos por el turismo. Por ello, cualquier nueva técnica que nos permita extraer hidrocarburos debería ser bien recibida. Pero con matices. Porque nos hace falta más petróleo que gas, dado que existe una burbuja de centrales de gas, que funcionan al 10% de capacidad, por la política de incentivos que pagamos con el recibo de la luz. Y porque tenemos que concentrar los esfuerzos en buscar energía arriba (eólica, solar, geotérmica…) antes que en el subsuelo, que tiene más riesgos medioambientales y menos rentabilidad energética: la tasa de retorno energético (TRE) de la eólica (18) y solar (7) es mayor que la del gas pizarra (entre 2 y 5). Y las reservas disponibles son menores (que el sol o el aire).

Con todo, es verdad que España no debe perder el tren del fracking, pero tampoco liderarlo. Hay que ser prudentes, avanzando poco a poco, con una normativa estricta y con transparencia, incorporando a los municipios implicados (se podría crear una Comisión de seguimiento, con participación pública, privada y ciudadana). Y abrir un debate riguroso, sin prejuicios ni mentiras , apoyado en informes técnicos independientes. Y siempre, en línea con lo que haga la mayoría de Europa. No pretenda el Gobierno vendernos ahora el milagro del fracking. La energía con mayúsculas está a la vista.

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